Relatos



Loba



La luz del crepúsculo invadió el valle. En breve daría paso al sol que ya besaba las altas cumbres de eternas nieves. Una intensa niebla penetraba entre los árboles dándole al lugar un atávico y mágico aspecto.


Agazapada tras los arbustos, dirigió su mirada hacia la gran casa del claro, que se imponía sobre un acantilado que presidía el bosque. Era el único lugar de los alrededores que lucía sin árboles, a excepción de un enorme roble que se alzaba en el patio. Habían respetado al venerable anciano, sin embargo, ella emitió un suave y vibrante gruñido de desacuerdo a la vez que erizaba el pelo. Solo los miembros de aquella estúpida especie, poco agraciados, débiles y cobardes, eran capaces de cometer semejante afrenta a la Madre. Donde allí, bajo las altas rocas de un nido de águilas, que se alzaba sobre una pradera donde los ciervos habían pastado desde tiempos inmemoriales, ahora se alzaba una ordenada maraña de piedras esclavizadas que daban forma a una cueva artificial, a la que ellos llamaban “hogar”.



Resopló al reconocer que nada podía hacer para evitar a esas criaturas, que se hacían llamar “personas” para diferenciarse así del resto de los seres de la creación. Cada vez eran más numerosos e invadían los territorios de caza, acabando con el sustento de los demás habitantes del bosque, a los que llamaban “animales”. Ella misma se consideraba un animal y tampoco pretendía ser diferente ni especial. Era tan solo una hembra solitaria que vagaba por el bosque que la había visto crecer y se sentía orgullosa y feliz por ello. Su pequeña manada había perecido a causa de los venenos que colocaban los humanos para acabar con los de su especie y desde muy joven se había visto forzada a aprender sola y a administrarse el sustento. Su vida pendía de ello, y ciertamente no se le daba mal, aunque a veces se sentía sola.



El Espíritu del Otoño empezaba a marcharse y era preciso engordar, ya que el Espíritu del Invierno sería crudo y no tendría piedad con los débiles. Ella no era débil, al contrario, portaba en sí toda la fuerza y vitalidad de sus antepasados, además de la experiencia para superar las pruebas más duras, y en este momento era capaz de enfrentarse a cualquier reto, y aunque a veces disfrutara en recrear su soledad llorándole a la luna de vez en cuanto, su capacidad de supervivencia y seguridad en sí misma rozaba la perfección.
El hambre le punzó en el estómago, cosa que diluyó sus pensamientos y retornó a su objetivo. Allí la comida era fácil y se acercaría a probar suerte. No había peligro aparente, en aquellos momentos solo habitaba un humano en la casa y no parecía peligroso. Le resultaría fácil introducirse en el corral y llevarse unas gallinas, tal vez, con un poco de suerte, un cordero.



Encauzó sus sentidos, agazapándose con cuidado y se ocultó entre la maleza. Echó las orejas hacia atrás y enfocó la vista. Le dio confianza, el saber que su pelaje pardo se confundía a la perfección entre los secos arbustos. Alzó una pata con suavidad y empezó a caminar con pasos lentos y precisos, procurando no hacer el más mínimo ruido. Las suaves almohadillas de sus patas, expresamente diseñadas para ello, amortiguaban e insonorizaban su seguro caminar. Antes de exponerse al prado, dudó, y aguardó en aquella posición unos instantes… A punto estuvo de iniciar la carrera hacia el corral cuando de pronto, no tuvo más remedio que desistir.



La puerta de la casa se abrió y de ella salió un hombre acunando entre sus manos una humeante taza de té.



Ella alzó la cabeza, puso las orejas en punta y quedó paralizada en mitad del claro quedando expuesta a tan solo unos quince metros del individuo. Sus miradas se cruzaron y quedó impresionada. El humano, la observaba atentamente con sus ojos azules, que a pesar de encontrarse enrojecidos por la falta de sueño permanecían muy abiertos a causa del asombro.



Erik abrió la boca a causa de la sorpresa y de inmediato, con muchísimo cuidado de no hacer movimientos bruscos, posó la taza de té sobre el banco de madera, que se encontraba junto a la puerta de entrada y agradeció que se le hubiera ocurrido colgarse al cuello la pesada cámara fotográfica antes de salir para saludar al nuevo día. Una hermosa loba se encontraba a escasos metros de la casa. Todavía no podía creer cuanta suerte había tenido, era una foto fantástica. Con cuidado, y midiendo muy bien sus movimientos, cogió la cámara y disparó varias veces al objetivo. Acto seguido una radiante sonrisa se dibujó en su rostro al comprobar que había capturado la imagen y que a partir de ahora esa loba sería suya por siempre.



Ella quedó maravillada tras ver aquella sonrisa tan bonita, pero al escuchar el primer disparo, el corazón le dio un brinco y el miedo recorrió todo su cuerpo hasta casi le hacerle perder el conocimiento. Agradeció sobremanera el tener la capacidad de sobreponerse enseguida y huyó lo más rápido que le permitieron sus fuertes patas.



Mientras corría y se alejaba de aquel lugar, pensó que se había librado por los pelos de sufrir lo inimaginable al lado de aquel humano. Cierto era lo que se decía de ellos y negarlo era una estupidez. Transformaban todo lo que tocaban, provocando sufrimiento y creando destrucción a su paso. Se alegró de haber salido ilesa de aquel encuentro y se prometió a sí misma y a la Madre que jamás volvería a robar una gallina. Pero sin querer dudó. Aquella sonrisa… Sin entender el motivo, se detuvo dándose la vuelta. El continuaba allí, mirándola y sin poder evitarlo le vino a la mente algo que no era capaz de ver con claridad, pero sí sentir con intensidad. Eso la retenía, obligándola a no apartar la mirada de aquel humano.



“Es necesario tener al frente el lado oscuro del alma, encararlo para así evolucionar” – Le había dicho su madre la primera vez que salieron de caza en grupo para inspirarle valor…
Sopesó esas sabias palabras. El miedo no era positivo, así que alzó la cabeza, y con orgullo le miró fijamente a los ojos. Había sufrido un arranque de pavor y no había sabido como controlar sus sentimientos pero comprendió que no volvería a temerle jamás. No le había dado motivos, simplemente la había cautivado con aquellos ojos celestes...



De nuevo la sorpresa hizo acto de presencia. El hombre sonrió más aun y alzó el brazo en forma de saludo. La loba emitió un gruñido de interrogación y ladeó ligeramente la cabeza, volteando las orejas en busca de alguna respuesta. El hombre, al ver ese grácil gesto, sonrió con más intensidad hasta que finalmente ella, con dignidad, se dio la vuelta para adentrarse en el bosque. Comprendió que el temor que había sentido no había sido por él, sino por sí misma y por lo que estaba empezando a sentir.



Erik, a duras penas fue capaz de terminarse el té y se metió enseguida en la casa para introducir la tarjeta digital en el ordenador y así poder descargar las imágenes que acababa de capturar. Ansioso esperó a que se copiaran en el disco duro y cuando por fin pudo abrirlas quedó impresionado.



De forma mágica, la espesa niebla la rodeaba sin llegar a tocar su esbelta y blanca silueta, que se recortaba sobre las múltiples tonalidades verdes de los árboles. Sus cabellos largos y castaños, ligeramente rojizos coronaban un rostro de apariencia frágil pero tremendamente sensual, de labios gruesos, y ojos color miel, enmarcados en unas largas y rizadas pestañas, como su melena, que le cubría parcialmente los blancos y voluptuosos senos, llegando a acariciar sus nalgas… Erik se estremeció a la vez que con los dedos acariciaba la pantalla del ordenador. Tras unos instantes frunció el ceño y amplió la fotografía hasta enmarcar aquella inquietante mirada. Eran unos ojos extraños, de un color claro, que miraban al objetivo con una mezcla de seguridad y turbación. También vislumbró su miedo… ¿Quién era ella? De pronto se estremeció y casi se quedó sin respiración al sentir que su corazón se olvidaba de latir… No era posible… Él había visto una loba pero en las fotografías aparecía una mujer.



Antes de darse cuenta de la estupidez de sus actos ya estaba corriendo por el prado y adentrándose en el bosque en busca de aquel extraño ser…



La niebla seguía cubriendo el bosque, dibujando fantasmagóricas formas entre los árboles y ella caminaba confusa sin todavía saber a dónde dirigirse. Deseaba volver a ver a ese hombre, pero algo en su interior le instaba a alejarse lo máximo posible de aquel lugar, ya que si regresaba, su vida cambiaría y ella temía que eso sucediera. No deseaba dejar de ser un animal, deseaba continuar ligada a la Madre…



De pronto escuchó un ruido y paró en seco. Se estremeció y sintió su presencia.
Se dio la vuelta y tembló, pero al verlo aceptó el hecho de que, por mucho que se resistiera, acabaría siendo suya por siempre.



Jamás había corrido tanto en toda su vida y ahora Erik se encontraba exhausto. Cuando finalmente recobró el aliento, su mente empezó a gritar desbocada. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Se había vuelto loco? Pero su corazón empezó a latir tan fuerte que logró acallar su raciocinio. La sentía. Ella estaba allí, entre la niebla, observándole… Dio un par de pasos y se detuvo… Ella hizo acto de presencia. Con timidez se acercó a él, despacio, apartándose el pelo del rostro en un gesto exquisito y sensual. Estaba desnuda pero Erik no fue capaz de apartar los ojos de aquella cautivadora mirada. Se hundió en el abismo de sus dilatadas pupilas y sin pensarlo, acortó la distancia que entre ellos dos había. Alargó la mano y le acarició el pelo, sintiendo como ella temblaba y a la vez separaba los labios en una sutil y sensual invitación a la locura. Sin poder evitarlo, posó sus labios sobre los de ella y sus lenguas bailaron una sensual danza, que tan solo se vio interrumpida en el momento que los dos necesitaron tomar aire para respirar. Sin apartar la vista de sus ojos color miel, la tomó en sus brazos, colocándola con cuidado sobre el suave manto que cubría el bosque, a la vez que observaba maravillado como su larga y rizada melena se mezclaba entre las hojas secas de múltiples tonalidades ocres, dándole a ella una apariencia sobrenatural. Acarició sus pechos desnudos con sus fuertes manos, provocando que su miembro se endureciera hasta el límite. Erik jadeó y acompañó las delicadas manos de ella hacia su virilidad, que palpitaba previendo lo que estaba a punto de suceder. Se estremeció al escuchar un suave arrullo de placer a la vez que mordisqueaba su cuello. Empezó a besar su clavícula hasta que llegó a sus pechos. Se detuvo unos instantes para admirarlos. Parecían los senos de un antiguo espíritu del bosque y clamaban ser saboreados. Se introdujo un pezón en la boca y mientras lo acariciaba con la lengua sintió como se endurecía, a la vez que ella emitía un suave jadeo de placer. Se olvidó de todo y empezó a descender por su suave vientre, repartiendo besos y caricias. Abrió sus piernas y descubrió su feminidad, húmeda y rosada. Lamió sus pétalos a la vez que escuchaba como ella empezaba a retorcerse y a mover sus caderas de forma cada vez más intensa. Sintió el orgasmo estallar en sus labios y fue entonces cuando se alzó y la cubrió. Cuando la empaló, ella gritó sin dejar de mirarle a los ojos. Su rostro era maravilloso. La visión de sus mejillas sonrosadas a causa de la excitación y sus labios hinchados y entreabiertos a punto estuvo de provocarle un orgasmo, pero se contuvo. Deseaba cubrirla lentamente, deseaba deleitarse con ella, seguir sintiendo sus caricias, su aliento, la calidez de su estrecho vientre abrazando su virilidad, el suave murmullo de su voz entrecortada… Entonces ella empezó a moverse cada vez más rápido y sus jadeos comenzaron a tornarse cada vez más insistentes. Ella ahora marcaba el ritmo y él la correspondió con entusiasmo. Empezó a acometerla con más fuerza e intensidad y ella lo recibió con gritos de placer, abriéndose al máximo en cada envestida, agarrando sus nalgas y clavándole las uñas, exigiendo más. Sintió como el orgasmo de ella lo abrazaba y empezaba a palpitar de forma cada vez más intensa. Erik, no fue capaz de soportar tanto placer. Se descargó en su interior a la vez que sentía como el intenso orgasmo recorría todo su cuerpo, logrando que los latidos de su desbocado corazón se acompasaran con los abrazos del vientre de su amante, que palpitaban cada vez más intensamente…



Quedaron durante horas, unidos en un abrazo adornado en caricias y dulces besos. Cuando sus labios se separaron, él la miró a los ojos.



Ella le dedicó una sonrisa que él fue incapaz de no restituir.
Entonces, Érik se atrevió a preguntar;



-¿Quién eres?



Ella lo miró extrañada y le dedicó otra sonrisa que acabó en una suave carcajada y todo se tornó oscuro.



La luz azul de la luna llena, atravesó el cristal de la ventana, y lamió el rostro de Erik, que despertó desconcertado al escuchar el lejano aullido de un lobo, que sonaba inmaterial y al comprender que todo había sido una dulce ilusión, quedó decepcionado.



Sin poder atrapar de nuevo el sueño, se levantó de la cama y se dirigió a la cocina. Se preparó un café y sin un propósito concreto encendió el ordenador y cuando vio la carpeta en la pantalla del escritorio, se olvidó de respirar al comprobar que seguían allí las fotografías de aquella atávica mujer y enseguida una sonrisa se le dibujó en su rostro, iluminando sus ojos azules como el cielo…



Ella, había sido real.

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